Ni se imaginan la ansiedad que
tuve los días previos a la partida. Dolor de cabeza y estómago de sólo nervios
y todo por esa maldita manía que tengo de autoimponerme fechas u horarios.
Ya
no tenía responsabilidad con nadie, así que, que importaba si la fecha de
salida se retrasaba algunos días? Dejé que todo pasara a su ritmo, y el 6 de
diciembre ya estuve listo para partir. Luego de casi un año de una laaaaarga
espera, muchos cambios en mi forma de ver las cosas y una ansiedad terrible, el
día para partir había llegado.
Se imaginarán lo que uno….
Baaaah… No se si se puedan imaginar. Esa sensación de que ya no volverás a un
lugar, o de que no verás en mucho tiempo a alguien. Es bien complicado de
explicar. Y en ese momento dejé de pensar tanto y me limité a sentir. Sentir
esos abrazos que te hacen saber lo que las palabras no son capaces de expresar,
sentir las últimas miradas, disfrutar de los nervios y de la incertidumbre de
no saber siquiera donde dormirás ese día y un largo etcétera de sensaciones
más.
Valparaíso me despedía con una
maravillosa subida de unos 10 km. Justo cuando lo único que quería era avanzar
y avanzar lo más rápido posible!! Esos kilómetros fueron vitales para bajar las
revoluciones y empezar a disfrutar donde estaba, pues, después de tanto tiempo ¡ya
estaba en ruta!
Y lloré. Lloré como pocas veces
lo había hecho. Lloré de felicidad. Mi ansiedad y nerviosismo se transformaron
en despreocupación. Todo sucedió muy distinto a como lo había planeado y eso lo
hizo ser maravilloso.
Lo que tanto soñé, lo que tanto esperé, estaba sucediendo. No podía pedir nada mas.
El momento de la partida |
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